viernes, 13 de enero de 2017

LA MEMORIA DEL OLVIDO

Un lugar para morir sin duda era aquel sitio, el aire era tan denso que se lo podía cortar con una tijera, flanqueado por un río de oscuras aguas, que se perdían en los horizontes de la mirada, el verdor de la vegetación a su alrededor tan espesa, le daba un toque que rayaba entre lúgubre y mágico, la línea que los separaba era tan fina, que la única diferencia radicaba en la voz de quien hiciera referencia a aquel sitio.



De este lugar se decían las más disparatadas historias, rubricadas y alimentadas en ocasiones, más por la imaginación, que por la veracidad del locutor, una de las tantas leyendas que se cuentan, es que hacía mucho tiempo aquel lugar tenia nombre, de tanto tiempo sin repetirlo (no se sabe el por qué) se perdió en la fragilidad de la memoria.

Lo que si era cierto, es que un domingo veraniego en la mañana, todas las historias se disfrazaron de verdad. Según comentarios de esos típicos que nadie sabe con certeza de dónde vienen o quien los dijo, pero que rondan como ave rapaz a la carroña, la noche antes se vio a un grupo de jóvenes internarse en aquel lugar de nombre olvidado por la memoria.

Durante su estadía se escucharon todo tipo de sonidos y gritos, unos tan guturales que incluso hacían dudar que proviniesen de algún ser humano, inclusive de algún ser vivo. Por la prominencia de su tórax y la falta de tejido graso en lo que serían los pectorales, se deducía que era un hombre el que yacía tendido en medio de la maleza de aquel lugar, todos los presentes atónitos clavaban sus miradas en lo que sería lo más espeluznante que se haya observado o que por lo menos se recuerde por esos lares,  hubo más persignaciones que en la misa dada horas antes, el silencio se hizo secuaz del espanto y nadie se atrevía a decir nada, no faltaron aquellos de estómagos frágiles que se retiraron a devolverle a la naturaleza el desayuno e incluso la cena del día anterior.
El tiempo parecía eterno mientras los ojos recorrían de pies a pecho, al inesperado huésped, ¿cómo saber quién era?, si en lugar de cabeza lo que había era una nota escrita. Los susurros le ganaban a los movimientos, poco a poco los presentes iban desapareciendo junto con las hojas que se lleva el viento, hasta no quedar más que la bulla del silencio propio de un lugar perdido en la memoria del olvido. Lo curioso es que nadie nunca más se refirió al tema, existía una especie de pacto implícito entre los habitantes, y así fue como una vez más se creó otra leyenda que de seguro muchos con el pasar del tiempo refutarán su validez, lo que si es cierto es que aquella nota que tenía por cabeza el sujeto encontrado en el lugar sin nombre, y el contenido de la misma, se guardaron en la insaciable desmemoria social, alimentada por la vergüenza, la falsa moral y sobre todo el miedo al qué dirán.

1 comentario: