domingo, 8 de enero de 2017

CENA EN PARÍS

Muy cerca de la torre Eiffel existen varios restaurantes. Como no siendo uno de los lugares más icónicos en el mundo entero. Algunos tan exclusivos que se tiene que reservar con mucha anticipación, otros no tanto. Pero, manejan el mismo status; saltando siempre el pensamiento economista, supuse que el alquiler debería ser realmente alto.


Decidimos entrar a un lugar en particular, aunque ostentoso, pero el frío y el hambre no entienden de economía, al entrar el mesero sumamente amable como era de esperarse -en temas de servicios estos países nos dan clínica- pregunta mesa para cuántos, por suerte los números en francés me los sé bien y digo esto porque si hay algún país orgulloso de su idioma sin duda es Francia. En la mesa del fondo había una pareja, eran personas mayores muy concentrados el uno en el otro; cerca de la barra habían tres chicas conversando muy animadas, sin caer en escandaloso; en la mesa de atrás estaban un señor con quien presumo sería su hijo, ambos muy serios pero contentos al mismo tiempo; las paredes y el techo estaban decoradas con una gran variedad de fotos de ese París de ensueño, el marco de las gráficas era de un dorado tipo oro, imposible entrar y que la mirada no se pierda entre tanto destello, parecía Stacy cuándo llega a Guayaquil. Pero, con la sensación de estar en el Palacio de Versalles.

No es mito que toda la comida en París es rica. Después de tomarnos la orden, el mesero me pregunta: 
- ¿Usted es de Brasil? - 
Según el mesero mi francés tiene destellos de portugués, le replico: “Je suis Equatorien”. No me asombraba de su pregunta, en Barcelona un paquistaní me confundió con chileno, ¡si como leen, un paquistaní todavía! siempre he creído que el acento costeño es neutro, pero al parecer no ha sido así, o esto de los dejos es muy subjetivo.

Así, nuestra velada transcurría entre anécdotas y curiosidades. Pero, había algo que me inquietaba. Desde el momento que ingresé al local pude observar que en las mesitas de afuera había un señor, era el único que prefirió los -2° de temperatura, a la calidez del interior. Acompañado solamente de una taza de algo que seguramente ya estaría fría. Mi mesa daba justo al cristal y desde la silla tenía vista privilegiada a esto que a mi cerebro perturbaba. Mi cuerpo estaba en la tertulia pero mi cerebro no, para no demostrarlo sacaba a momentos preguntas de esas ambiguas y confusas dónde la respuesta pueda tomar su tiempo, y así lograba mantener la atención disimulada en lo que ese momento me tenía absorto.

Limpiándome los lentes pude entender que la vista de aquel señor, daba nada más ni nada menos que al mismísimo río Sena, obviamente yo también tenía la misma vista, sólo que desde atrás de los cristales. No muy lejos de allí, estaban Jardins du Trocadero, Palais de Chaillot, la torre Eiffel, etc.

Por un momento me trasladé al pasado pensé en tantos escritores, filósofos, cineastas, pintores que han estado aquí, sintiendo y viendo lo mismo que yo o tal vez él. Me quise sentir un Henry Miller relatando sus lujurias en Clichy, o Victor Hugo exponiendo toda la morbidez de una sociedad en Les Miserables, Alexandre Dumas mostrando la valentía y lealtad de sus 3 mosqueteros. Cineastas de la talla de Godard y Truffaut, el mismo Van Gogh pintó un París colorido. En ese momento entendí porque es la ciudad Luz, si hasta sus calles en medio de la oscuridad de la noche brillan, expresan sin hablar, tienen tanta historia y cultura de por medio que no importa si hace frio o calor, en cada pisada hay algo que decir, algo de que enamorarse, algo de que apenarse.



No sé en qué momento pero mi tertulia abandonada estaba girando en torno a la copa de Glenfiddich 30 años que estaba en la mesa, supe que era el momento de volver a la realidad, y en momentos así es cuándo aprendes a valorar los silencios y la fantasía. Más aun cuándo pides: 
"l'addition s'il vous plait"

1 comentario:

  1. O sea que, sentiste la cultura en tu piel, el arte estremeció tu médula ósea, y el encanto hirvió tu sangre, al pensar e imaginar a todos esos grandes escritores que percibieron a ese París, germen de sueños e inspiraciones, a -2 grados...

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